El descubridor ignorado

En 1878 Chiron excavaba en la cueva de Le Figuier con muy buenos resultados, por lo que decidió ampliar sus trabajos a la gruta que había visto al otro lado del valle. Su propietario, que la había acondicionado para guardar ganado, era un pastor, Jean-Louis Chabot, con el que tenía una buena relación y le permitió excavar en ella. Chiron empezó a excavar y enseguida dio con un nivel estratigráfico en el que abundaban los útiles prehistóricos. Pero lo que más le llamó la atención fueron unas líneas en las paredes que formaban una maraña indescifrable. Tras examinarlas se dio cuenta de que no eran naturales, habían sido grabadas y se trataba de trazos antiguos, pues una capa de calcita las había cubierto con el paso del tiempo. El arqueólogo aficionado creyó distinguir en aquella confusión de líneas la representación de varios pájaros con las alas abiertas. En realidad, se trata de varios mamuts superpuestos, aunque hay que reconocer que distinguirlos es casi una hazaña visual. Intrigado, hizo fotografiarlo todo y decidió comunicar por carta su descubrimiento a Mortillet, pues sospechaba que aquellos grabados eran prehistóricos.


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El descubridor ignorado

Un año antes del hallazgo de las pinturas de Altamira, Léopold Chiron encontró los grabados de la cueva de Chabot, pero, aunque intentó dar a conocerlos, nadie le hizo caso

20.12.13 - 00:01 - 

En 1878 Léopold Chiron, un maestro de escuela aficionado a la arqueología, estaba excavando en la cueva Chabot, en el departamento francés de Ardecha. La gruta no era muy grande y Chiron abrió en ella una excavación modesta en la que encontró muchos útiles prehistóricos. Al mirar las paredes descubrió una maraña de trazos grabados que le parecieron representaciones de animales y personas. Llegó a la conclusión de que aquellos 'dibujos' habían sido trazados por quienes habían tallado las piezas de sílex que estaba desenterrando y quiso dar a conocer su descubrimiento. Pero nadie le hizo caso.
El hallazgo languideció en sus cuadernos de notas hasta que fue publicado una década después, cuando el techo pintado de Altamira (descubierto en 1879) ya era conocido y la polémica sobre su autenticidad continuaba desatada. Aunque el trabajo de Chiron fue reivindicado desde principios del siglo XX, ha pasado a la historia de las investigaciones del arte rupestre paleolítico como un personaje secundario, un 'predescubridor' situado en segundo plano.
El arte mueble y el arte rupestre prehistóricos no se descubrieron al mismo tiempo. De hecho, los arqueólogos y anticuarios empezaron a encontrar piezas de arte mobiliar paleolítico antes incluso de que el concepto 'paleolítico' fuera desarrollado y dado a conocer por Lubbock en 1865. Las primeras piezas de hueso decoradas con animales grabados habían aparecido entre 1833 y 1835, cuando Charles Darwin era solo un joven naturalista embarcado en el 'Beagle' y Bouchez de Perthes no había empezado a redactar aún su 'Antiquités celtiques et antediluviennes', en el que defendía la antigüedad del hombre y la existencia de una 'pre-historia'. Estas pequeñas piezas decoradas eran una rareza con la que nadie sabía muy bien qué hacer. En 1852, Prosper Merimée, inspector general de monumentos históricos, reprodujo, publicó y depositó en el Museo Cluny un hueso con dos ciervas grabadas que había sido encontrado en el abrigo de Chaffaud años antes. La pieza fue etiquetada como 'céltica'.
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Léopold Chiron (1845-1916).
Mientras la prehistoria se desarrollaba como ciencia con rapidez, este tipo de hallazgos se multiplicaron en la década de 1860. A partir de 1863 Édouard Lartet y Henry Christy trabajaron en varios yacimientos fundamentales en Les Eyzies y su comarca, en la región del Perigord, y encontraron varias piezas notables en sus excavaciones (Gorge d'enfer, Laugerie-Basse, Laugerie-Haute, La Madeleine...). Édouard Lartet fue el primero en referirse al hueso de Chafaud como “paleolítico”. En 1868, su hijo Louis excavó Cro-magnon, junto a Les Eyzies. Frente al neandertal alemán, Francia contaba por fin con 'su' hombre prehistórico, un hombre que fabricaba útiles de piedra y hueso, y que era capaz de crear un arte rudimentario.
La 'fiebre del oro'
El reconocimiento del arte mueble desencadenó lo que Paul G. Bahn ha definido como una 'fiebre del oro' prehistórica. Muchos excavadores se dedicaron a la caza de las piezas decoradas desechando todas las demás, por supuesto sin tener en cuenta su posición estratigráfica ni nada parecido. “Eran desenterradas como patatas”, escriben Paul G. Bahn y Jean Vertut en 'Journey through the Ice Age' (editado por University of Californa Press, 1997). A finales de la década de 1870 había suficiente material como para organizar una muestra antológica. La Exposición Universal de París de 1878 acogió la exhibición de 51 piezas de arte mobiliar prehistórico. Su contemplación animará a Marcelino Sanz de Sautuola a perseverar en sus trabajos en Altamira y, sobre todo, le dará pie para entender lo que son los bisontes que decoran el techo de la caverna cuando su hija María, de 8 años, le llame la atención sobre su presencia.
A partir de una interpretación errónea de la teoría de la evolución, formulada por Darwin en 'El origen de las especies' (1859), casi todos los prehistoriadores de finales del siglo XIX creían que los hombres y mujeres de 'la edad del reno' se encontraban en una especie de fase infantil de la Humanidad y, por lo tanto, su arte no podía ser nada más que una especie de balbuceo gráfico, propio de unos salvajes aniñados. Gabriel de Mortillet (1821-1898), director del Museo de Antigüedades Nacionales de Saint-Germain-en-Laye, escribió sobre las piezas grabadas: “Estamos aquí en presencia de la infancia del arte” ('L’art dans les temps géologiques', en 'Revue scientifique', 1877). Como explica Gregory Curtis en 'Los pintores de las cavernas' (editado por Turner, 2009), “la idea de Mortillet de que la cultura evolucionaba igual que una especie llevó a creer que los cromañones sólo fabricaban útiles y decoraciones rudimentarias porque no eran capaces de nada mejor”. Esta noción hizo que durante décadas los arqueólogos no prestaran ninguna atención o no supieran valorar las pinturas y grabados que de vez en cuando encontraban en las cuevas. Porque varios las habían visto.
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Tres piezas de arte mueble. Arriba, la de Chaffaud.
El caso más conocido es el del médico, espeleólogo y prehistoriador Félix Garrigou (1835-1920), que recorrió varias veces a lo largo de los años las galerías de la cueva de Niaux (departamento de Ariège, Francia) sin saber qué sentido dar a las numerosas y espectaculares pinturas que la decoran, tan visibles, llamativas y frecuentadas que los paisanos llamaban “el museo” a su galería más vistosa. Para la historia del desconcierto arqueológico queda su célebre anotación en un cuaderno: “Hay pinturas en las paredes. ¿De qué puede tratarse?”. Garrigou se repitió varias veces esta pregunta a lo largo de los años, pero parece que nunca se atrevió a responderla y mucho menos a publicar algo sobre el asunto. El 7 de abril de 1866 apuntó: “¿En las paredes hay diversos dibujos de bueyes y caballos????”. Los cuatro signos de interrogación son suyos. Durante otra visita, el 16 de junio anota: “Una gran sala redonda con diversos dibujos. ¿Qué puede ser esto? Artistas aficionados dibujaron animales. ¿Por qué?”. Nada de esto salió de su bloc de notas.
En 1871 y 1873 el prehistoriador Jules Ollier de Marichard (1824-1901) excavó en la cueva de Ebbou (Ardecha). Al explorar la caverna le llamaron la atención unas figuras en las paredes y anotó en su diario que hay “signos del Zodíaco” en una galería profunda y que “hay siluetas esbozadas de animales sobre las paredes de un gran corredor”. Pero no hizo nada más. De nuevo, lo que pudo haber sido un descubrimiento histórico se quedó en cuatro notas inéditas.
También se dieron casos de arqueólogos que frecuentaron cuevas decoradas y simplemente no vieron o no supieron ver nada. Félix Regnault exploró y excavó durante años la cueva de Gargas (Altos Pirineos) a partir de 1878 sin reparar en la presencia de las decenas de manos pintadas que decoran sus paredes. No las 'descubrió' hasta que, tras los hallazgos de La Mouthe, Pair-non-Pair y el reconocimiento de Altamira, la existencia del arte rupestre fue admitida por los prehistoriadores. Hasta entonces, y como todos sus colegas, se había concentrado en el suelo de las cavernas.
Una conclusión acertada
El caso de Léopold Chiron (1845-1916) es distinto, porque, a diferencia de los demás 'predescubridores', llegó a la conclusión de que lo que estaba viendo en las paredes de la cueva en la que excavaba estaba relacionado con lo que estaba desenterrando.
Chiron es el ejemplo clásico del arqueólogo aficionado francés de finales del XIX, cuando cualquiera con un azadón, ganas y acceso a un terreno podía abrir su propia excavación, pues ninguna ley regulaba todavía esta actividad. Nacido en Saint-Marcel d' Ardèche, hijo de un cerrajero, era profesor en la escuela pública de Saint Just d'Ardèche y dedicaba todos sus ratos libres a la arqueología. La región cuenta con numerosos yacimientos de periodos diversos, por lo que no le faltaron los sitios en los que trabajar, tareas que daba a conocer en las sociedades de eruditos de Lyon y Avignon. Como arqueólogo era autodidacta, pero, en una época en la que hasta los profesionales abusaban del pico y la pala por aquello de abreviar, Chiron destacó por excavar con herramientas como el cuchillo, la trulla y el pincel. Además fotografiaba los yacimientos que estudiaba o excavaba, algo innovador entonces.
El descubridor ignorado

El prehistoriador Félix Garrigou.
En 1878 Chiron excavaba en la cueva de Le Figuier con muy buenos resultados, por lo que decidió ampliar sus trabajos a la gruta que había visto al otro lado del valle. Su propietario, que la había acondicionado para guardar ganado, era un pastor, Jean-Louis Chabot, con el que tenía una buena relación y le permitió excavar en ella. Chiron empezó a excavar y enseguida dio con un nivel estratigráfico en el que abundaban los útiles prehistóricos. Pero lo que más le llamó la atención fueron unas líneas en las paredes que formaban una maraña indescifrable. Tras examinarlas se dio cuenta de que no eran naturales, habían sido grabadas y se trataba de trazos antiguos, pues una capa de calcita las había cubierto con el paso del tiempo. El arqueólogo aficionado creyó distinguir en aquella confusión de líneas la representación de varios pájaros con las alas abiertas. En realidad, se trata de varios mamuts superpuestos, aunque hay que reconocer que distinguirlos es casi una hazaña visual. Intrigado, hizo fotografiarlo todo y decidió comunicar por carta su descubrimiento a Mortillet, pues sospechaba que aquellos grabados eran prehistóricos.
El mismo escepticismo que desencadenaría una tormenta de incredulidad, críticas, rechazo, sospechas y sarcasmos sobre Marcelino Sanz de Sautuola cuando anunció el descubrimiento de los bisontes pintados de Altamira se manifestó en forma de 'silencio administrativo' en el caso de Chiron. Mortillet, que creía a pies juntillas que en el Paleolítico no pudo existir un arte rupestre, ni siquiera respondió con un simple acuse de recibo a la carta de alguien que, al fin y al acabo, solo era un sencillo maestro de escuela aficionado a la arqueología. Como la respuesta que recibió fue el silencio, Chiron optó por callar durante años, hasta que en 1889 se decidió a dar a conocer su hallazgo, casi un año después de la muerte de Sautuola y cuando la polémica sobre Altamira continuaba abierta. El maestro envió una comunicación a la Sociedad de Antropología de Lyon, que lo reprodujo en su boletín.
El descubridor ignorado

Perfil destacado en rojo de uno de los mamuts de Chabot.
"Aves con las alas abiertas"
El texto es muy conciso, apenas ocupa dos páginas y en él se limita a describir el yacimiento, resumir sus trabajos y llamar la atención sobre los grabados. La cueva es “Una cámara grande y bien iluminada, de 25 metros de profundidad por 8 metros de ancho. Esta cámara continúa formando un pasillo y gira bruscamente a la izquierda disminuyendo de tamaño” hasta el fondo, de 50 centímetros de ancho. Las “primeras herramientas de piedra y hueso” aparecieron a “solo un metro de profundidad”, en “una capa de tierra y ceniza de 12 centímetros de espesor”. Chiron señalaba que todas las piezas de sílex que recogió estaban cubiertas “con una hermosa pátina blanca”. Estos trabajos de excavación le resultaron “costosos y difíciles”, por lo que decidió darse por vencido con la intención de reanudarlos en breve.
“Al examinar las paredes de la cueva, me di cuenta de la presencia de líneas grabadas en la roca de más de 5 milímetros de profundidad -explicaba el maestro-. Poco a poco distinguí en la pared de la derecha líneas que representan probablemente aves con las alas abiertas. Sobre la pared izquierda, un arco y cinco o seis personajes enredados. Primero hice un calco (de los grabados), y más tarde hice que lo fotografiaran todo”. Chiron describía muy someramente el material lítico encontrado (raspadores, perforadores, láminas y lascas de sílex) y subrayaba que “jamás encontré un trozo de cerámica”. En cuanto a la fauna, “recogí en cantidad huesos y dientes de reno, caballo y ciervo, más un solo hueso de oso, lo que me hizo suponer que la cueva estuvo habitada antes que la de Figuier”.
Pero la publicación se cierra con una jarro de agua fría: el presidente de la Sociedad añadió una nota en la que sugería que, en su opinión, Chabot, con “sus curiosos grabados”, estuvo habitada en “la época de los dólmenes”. A pesar de todo, Chiron decidió intentarlo de nuevo, animado porque en 1890 había descubierto la presencia de grabados también en Le Figuier. Se carteó con otros arqueólogos y quiso dar a conocer de nuevo su hallazgo después de comunicarse con François Daleau, que atravesaba una situación similar a la suya en Pair-non-Pair (Gironda): en 1883 observó la presencia de grabados en las paredes, pero el descubrimiento permanecía inédito (no lo publicaría hasta 1896).
El segundo artículo de Chiron sobre Chabot vio también la luz en una revista de carácter menor, la 'Revue historique, archéologique et littéraire du Vivarais' (tomo I, 1893), por lo que el alcance fue casi nulo. En él, vuelve a describir con más detalle la cueva, a cuyos habitantes relaciona con el “tipo magdaleniense”. En cuanto a los grabados, vuelve a perderse en el embrollo de líneas y sigue sin ver los mamuts -lo que resulta muy comprensible-, pero se cura en salud y señala que “hay tantas líneas grabadas unas sobre otras, que es difícil distinguir lo que querían representar. Los dibujos siguen bajo una capa de estalactita de ocho centímetros de espesor”.
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Los mamuts de la cueva Chabot.
Polémica
El texto llamó la atención de Édouard-Alfred Martel. Una polémica en la que se vio envuelto el gran espeleólogo supondría que, por fin, el hallazgo de Chiron fuera reconocido en un artículo publicado por Émile Rivière en el 'Bulletin de la Société préhistorique de France' (BSPF) en 1909, cuando el arte rupestre paleolítico ya era una realidad totalmente asumida por los expertos. Rivière, que se había referido a Chiron y Chabot en el mismo boletín en 1897, quiso dejar las cosas en su sitio en un texto titulado 'Nota sobre el verdadero orden cronológico de los seis primeros descubrimientos de cuevas con grabados y pinturas' (BSPF, tomo 6. nº 7, págs. 376-380).
El artículo era una respuesta firme al prehistoriador Louis Capitan que, como solía acostumbrar, había intentado atribuirse algunos méritos que no le correspondían. El 23 de abril de 1908, Capitan afirmó en un congreso celebrado en La Sorbona que “los primeros arqueólogos que descubrieron los grabados y pinturas de las cavernas fueron el abate Breuil, el señor Cartailhac, Peyrony y yo mismo”. Martel, que estaba al corriente de los primeros descubrimientos de arte parietal, se encontró con esta afirmación reflejada en las actas del encuentro. Protestó por escrito y exigió una rectificación pública, además de enviar a Rivière el artículo de réplica que escribió para el 'Bulletin de la Société de Spéléologie'. Rivière era uno de los 'afectados' por las declaraciones de Capitan: había descubierto los grabados y pinturas de la cueva de La Mouthe en 1895. Fueron precisamente estas figuras y las de Pair-non-Pair las que por fin habían hecho caerse del caballo a los escépticos.
En su artículo, Rivière, de acuerdo con Martel, aclaró que el orden de los descubrimientos del arte de las cavernas fue el siguiente: Cueva de Altamira, por don Marcelino Sanz de Sautuola, en 1879; cueva de Chabot, por Léopold Chiron en 1878 pero no publicado hasta 1889; cueva de La Mouthe, por Émile Rivière, en junio de 1895; cueva de Pair-non-Pair, por François Daleau, en 1896, aunque sus grabados habían sido observados “años antes”; cueva de Marsoulas, en 1897, por Félix Regnault; y, por último, cueva de Combarelles, en 1901, por Capitan y Breuil. Aunque el artículo era producto de un enfado justificado, resultó ser un reconocimiento justo a la labor de Chiron.
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Reunión de la Association francaise pour l'avancement des sciences en La Mouthe, en 1902.

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