El hombre librado a la suerte común Por F.Peirone



Ante hechos como las inundaciones, el autor sostiene que presuponer que la gente es egoísta Es una profecía que se cumple cuando se consideran sistemas que permiten el acto individualista y se rechaza la construcción colectiva.

Por Fernando Peirone Filósofo.
Su último libro es “Mundo Extenso” (Fondo De Cultura Economica)
3/5/2013 en Revista Ñ

Librados a nuestra suerte frente a la adversidad, todos somos un poco salvajes. En tales circunstancias, es probable, incluso, que sea la fuerza lo que termine imponiendo un orden. Pero es innegable que somos sujetos relativos a una historia, y que existe una contigüidad y una sociabilidad vinculadas a nuestra incomplétude originaria y a nuestra condición de seres parlantes que aún en situaciones adversas, recupera la experiencia colectiva, propone el diálogo y proyecta modelos sociales más ricos que los que se sustentan en la fuerza. Lo pudimos ver durante las últimas inundaciones, donde sin duda hubo situaciones gobernadas por la desesperación, pero fueron casos aislados si los comparamos con la enorme solidaridad que socorrió, animó y sacó adelante a los damnificados. A pesar de este reflejo social, que no es nuevo ni se reduce a las situaciones de catástrofe, la antropología filosófica dominante parte de la idea de un sujeto signado por el egoísmo, la agresividad, la ambición, la rivalidad y el deseo de gloria. Es el correlato de una sociedad regida por la lógica de la guerra, donde lo político sólo sublima una violencia constitutiva e insalvable. Esta concepción, con raíces que se remontan al nacimiento de la episteme, ha sido suscripta por muchos teóricos sociales, desde Maquiavelo a Friedman, pasando por Hobbes, Smith y Freud. Por supuesto, hubo voces disidentes, del mismo modo que hubo una corriente post-iluminista que se encargó de advertir que no podemos definir la naturaleza humana a partir del patriarcado y los vínculos de la adultez, sin tener en cuenta que “nacemos de un vientre materno antes que del cerebro de un filósofo” varón. Como tampoco podemos explicar la sociedad a partir de una estructura de funcionamiento aparente, organizada en torno a un centro rector donde todo queda subordinado a la misma unidad ontológica y a un origen-fin fijo, llámese Dios, Hombre, Idea, Esencia o Verdad. Esa cosmovisión fue muy útil para una especie que, marcada por la incertidumbre, necesitó una estructura organizacional eficaz y ordenadora. Pero, como todo sistema que se precie, reprodujo y favoreció los comportamientos que estaban contemplados en su esquema. En ese contexto no es extraño figurarse que los seres humanos tendemos naturalmente a la contracción, la intriga, la acumulación y el cálculo. ¿Qué otra actitud se puede esperar de quienes crecen en un sistema jerarquizado, dominado por la hostilidad económica, la desigualdad de oportunidades y normativas orientadas al disciplinamiento? Presuponer que la gente es egoísta se vuelve una profecía que se autocumple si sólo consideramos los sistemas que concentran el poder y proporcionan libertad para actuar individualmente, mientras recusamos los que favorecen la construcción colectiva y la búsqueda del bien común.

¿Esto quiere decir, como decía el personaje de Roberto Fontanarrosa, que el mundo ha vivido equivocado y que somos buenos por naturaleza? No. Pero tampoco podemos, a esta altura, desestimar un sinnúmero de prácticas epocales que con fuerza instituyente, están 1) abriendo el juego a una antropología intersubjetiva divergente, 2) modificando el entorno y las posibilidades de un espectro social y territorial cada vez más amplio, y 3) reformulando la estructura cognitiva que define las condiciones de posibilidad del saber. Los mayores recordarán, sin ir más lejos, que prestar un CD equivalía a quedarse sin el disco. Pero la socialización de las redes P2P y la digitalización de la música en formato MP3, cambiaron las condiciones y las oportunidades. Hoy cualquiera puede compartir con muchos la música que tiene en su PC sin costo y sin pérdida alguna; del mismo modo que puede disfrutar el variado tesoro musical que esos muchos ponen a disposición del mundo. En el paradigma de la economía neoclásica ese intercambio es, además de un acto punible, una transacción motivada por el interés y la especulación personal. Pero, ¿por qué restringir las posibilidades de transacción al “intercambio competitivo”, y no considerar lo que Polanyi, asumiendo un carácter político y un concepto de lo común diferentes, llama “reciprocidad” y “redistribución”? Pretender que la humanidad se niegue a percibir y disponer los múltiples beneficios de la cultura colaborativa, no sólo pone de manifiesto una filiación ideológica coactiva y conservadora, también demanda una renovación argumentativa para oponerse a un potencial de intercambios fáciles, provechosos, sin mayor costo y cada vez más extendidos. En este sentido, el universo conceptual y disciplinar que disponemos para mediar en esa y otras tensiones, es limitado –en tanto que anclado en una vieja episteme– y obsta el diálogo con prácticas que presentan un creciente sustento social y que producen retumbos institucionales –a esta altura– insoslayables. Se puede observar vivenciar en el desfase de la norma jurídica, pero también en la crisis de la pedagogía y los modelos de producción, en la configuración institucional y en la falta de marcos interpretativos para abordar la complejización social. Sumado a esto, el espectro de respuestas religiosas y/o seculares que permitían percibir e interactuar con el mundo de un modo más o menos homogéneo, ya no alcanza a satisfacer lo que demandan las preguntas actuales. Esta merma general en el rendimiento de la cosmovisión dominante, como es lógico, modifica la relación de fuerza que la hacía prevalecer sobre otras maneras de habitar el mundo. Es decir, tiene una dimensión política evidente que desafía los reflejos condicionados, en la medida que no se trata de una irrupción violenta ni de un actor social clásico que representa una antítesis dentro de un proceso dialéctico.

Dicho esto, quienes abundamos en las ciencias sociales nos enfrentamos a encrucijadas que comprometen algo más que puntos de vista. Podemos, al amparo de instituciones inmutables –que las hay–, negar el anacronismo de nuestra expertise y seguir trabajando para mejorar el rendimiento de disciplinas que se asimilan a prácticas contables y herramientas de servicio. Podemos seguir inscribiendo el presente en la larga decadencia de Occidente y, mientras gritamos junto al coro de almas bellas que Google nos está volviendo estúpidos, continuar diseccionando metástasis de la modernidad ad eternum. O podemos preguntarnos, en un sentido amplio, por la índole de nuestro presente, y tratar de decodificar una discontinuidad que el saber colectivo demuestra haber asimilado y aplicado con creces.

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